Educar no es fabricar adultos según un modelo sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo, permitirle realizarse según su ‘genio’ singular. — Olivier Reboul.

Al reflexionar sobre la presión social a la que estamos sometidos actualmente, surge una pregunta en relación con la educación de los hijos: ¿estamos seguros de estar atendiendo a las necesidades de cada niño en su desarrollo?

El desarrollo físico y psíquico de un niño es un proceso individual, con un ritmo propio, que debería estar sometido a la escucha y atención particular de cada caso, para poder potenciar el despliegue de herramientas útiles para afrontar la vida.

Mucho de lo que proclamamos como beneficioso para los niños -el juego al aire libre, las actividades no programadas después de una mañana agotadora de colegio, el ejercicio físico, los juguetes que fomentan la imaginación, la relación entre pares- está siendo sustituido en gran parte por las nuevas tecnologías. Y estos soportes digitales de todo tipo favorecen el sedentarismo, una menor relación con los iguales y un menor uso del lenguaje.

Hoy día los niños están sometidos a un montón de actividades programadas y son estimulados por un sinfín de tareas complejas que llevan en ocasiones al estrés, albloqueo, a la desmotivación, a la saturación y al no disfrute, anulando la curiosidad, la creatividad y el interés.

Según los expertos, estar más de dos horas delante de una pantalla puede tener efectos nocivos para un niño. Pero a veces, para que sus hijos se estén quietos, tranquilos y no molesten, los padres les ofrecen el móvil, la tablet o la videoconsola. Otras, en su afán de estimular a sus hijos, no toleran que éstos se aburran, sin darse cuenta que del aburrimiento surgirá la creatividad. Para que no fracasen dedican largas horas a hacer los deberes con ellos, sin darse cuenta que del fracaso surgirá la fuerza para remontar. No fomentan el poco a poco, la paciencia. Cualquier petición es satisfecha al instante, por lo que la tolerancia a la frustración es mínima.

Es verdad que los dispositivos digitales y las nuevas tecnologías aportan muchas cosas positivas a nuestras vidas, pero siempre tenemos que pensar en un equilibrio entre éstas, los juegos tradicionales y también el tiempo libre, si queremos atender eficazmente a las necesidades reales de los niños.

Tal vez deberíamos preguntarnos si esta manera ansiosa de educar no obedece a nuestras propias necesidades de responder a un modelo social que nos ofrece la eficacia y la productividad, el dinero y el prestigio, el consumo desmedido, es decir, la negación de la falta, como valores fundamentales que debemos transmitir para formar ciudadanos exitosos y no sujetos razonablemente felices.