Adolescencia

La Adolescencia es una etapa rica e importante, es el momento en que se abandona la identidad de niño para ir construyendo una identidad adulta. El adolescente deberá renunciar a muchas de las cosas que hasta ahora le eran conocidas y le daban seguridad: su cuerpo, sus padres, su identidad infantil.

Lo más importante es la construcción de esta identidad propia y la elaboración de un proyecto vital en sus distintas esferas, de forma que pueda ir dando respuesta a las preguntas: ¿quién soy yo? ¿Qué quiero en mi vida? ¿en qué quiero trabajar? ¿Cómo quiero que sea mi vida social y familiar? ¿Cuáles son mis criterios morales ¿Cuáles son los valores con los que merece la pena comprometerse? ¿De qué soy capaz? (distinción entre lo real, lo posible y lo ideal).

En esta búsqueda, todo es movimiento y cambio. No hay nada fijo, ni comportamientos, ni patologías, ni relaciones. Hay labilidad, fragilidad en los estados de ánimo y cambios, nada es aún consistente.

Hay una imagen tópica del adolescente como de alguien que disfruta mucho y se lo pasa muy bien. Esta imagen hay que ponerla en cuestión. El adolescente es una persona que atraviesa una etapa complicada: no es una hecatombe, pero los adolescentes también sufren. Por una parte, están equipados para disfrutar, (su cuerpo, su fuerza, su juventud), pero no siempre lo hacen. La imagen que tenemos de ellos no siempre corresponde a la realidad, casi siempre es una imagen de falsa euforia que el adolescente mantiene como defensa frente a los conflictos importantes que atraviesa.

Es por eso que la intervención terapéutica puede ser imprescindible en este momento vital, para ayudarles a orientarse en este período de tanta confusión. También para calmar su angustia, que puede alcanzar niveles muy elevados. Por un lado, esa identidad nunca satisface por completo sus ideales ni los de sus padres; y por otro, siente que se va quedando solo, que se va separando de los padres y a veces debe enfrentarse con vivencias de desamparo. Este sufrimiento puede dar idea de por qué nos quejamos siempre de lo difícil que es la convivencia con los adolescentes.

Lo fundamental es ayudar al adolescente a que piense. Sólo cuando los conflictos empiezan a pasar por su mente en vez de manifestarse a través de las conductas, empezamos a estar más tranquilos.

Otras veces son los padres quienes necesitan ayuda, ya que todos estos cambios también les producen perplejidad y alarma. Sin embargo, la situación de desequilibrio de la personalidad en la adolescencia es normal, siempre que no se llegue a unos niveles de desorganización exagerados.

Otro motivo de preocupación son las situaciones de riesgo a las que el adolescente se somete, y que responden a un deseo de independencia y autonomía, hasta llegar a veces a situaciones límite. La atracción por lo desconocido, lo prohibido, lo nuevo, lo rechazado por el adulto, empuja a experimentar conductas de riesgo y le ofrece la oportunidad de desafiar y probar su dominio sobre su cuerpo y sobre los demás. Podemos considerar los primeros contactos con distintos tipos de sustancias como parte de esta necesidad de experimentación. Con frecuencia el adolescente se comporta como si se creyera invulnerable, o incluso inmortal, como si no fuera a sufrir las consecuencias de los riesgos en los que incurre, porque él es especial:”yo controlo, eso a mí no me pasa”.

Los trastornos de la conducta alimentaria constituyen la expresión de un miedo a encontrarse con un cuerpo en proceso de cambio, sujeto y objeto de intensos deseos que les llenan de angustia. A través de la delgadez extrema y a veces peligrosa, convierten en madres a todos los que le rodean, consiguiendo que los de alrededor sientan la angustia de las que ellos se quieren librar.

El abuso de todo tipo de drogas y alcohol es una forma de anestesiar el aparato mental y de eludir la necesaria elaboración de toda la conflictiva adolescente que hemos ido esbozando.

Muchas veces la violencia se utiliza para deshacerse de los sentimientos de culpa que generan la violencia: La violencia engendra culpabilidad y la culpabilidad genera violencia, a través de la necesidad de proyectarla sobre el otro y de deshacerse violentamente de la culpa.

La falta de confianza de los padres en su hijo adolescente hará que éste responda con desinterés, frustración y violencia, que a su vez, desencadenará distancia y razones en los padres para desconfiar de él, lo que genera violencia que cierra el círculo destructivo que a veces se presenta en algunas familias.

Asociación de Psicoterapia Espacio Vincular
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