Vivimos un momento histórico sin igual en la historia de la humanidad: con unos pocos clics podemos localizar a virtualmente cualquier persona del mundo, tener acceso a información de todo tipo de fuentes y establecer vínculos duraderos con personas al otro lado del planeta. Esta disponibilidad de la información, sin embargo, no es gratuita: la moneda de cambio es nuestra vida personal, nuestros gustos e individualidades, los cuales son transformados por los gobiernos, bancos, compañías y corporaciones en datos valiosos para dirigir los destinos de la política y el consumo global.
Noell Oszvald ©
El amor, las relaciones personales y las elecciones de consumo pueden parecer cosas intangibles para cualquiera de nosotros, pero cuando se almacenan y analizan no en cuanto a individuos sino como tendencias poblacionales, la información personal es poderosa y debe ser resguardada. Las primeras décadas del siglo XXI trajeron las revelaciones de WikiLeaks, los Panamá Papers y las filtraciones de Edward Snowden, las cuales revelan el peligro de que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos haga acopio indiscriminado de todo tipo de comunicaciones electrónicas. Pero el riesgo de la pérdida de la privacidad fue previsto con inigualable lucidez por el novelista checo Milan Kundera, citado por Rosen en su libro al respecto.
En su novela La insoportable levedad del ser, Kundera describe cómo una figura eminente de la resistencia praguense contra los rusos fue desacreditado cuando su información personal fue publicada por agentes de contrainteligencia, recordándonos que sin importar quiénes seamos, nuestras personas pública y privada no siempre parecen congruentes. Escribe Kundera:
Instantaneamente Prochazka fue desacreditado: porque en privado, una persona dice todo tipo de cosas, agravia a sus amigos, usa lenguaje soez, actúa como tonto, hace bromas sucias, se repite a sí mismo, celebra con risotadas sorprendiéndolo con un hablar extravagante, deja flotar ideas herejes que nunca admitiría en público, etcétera.
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La realidad está dividida para cada uno de nosotros en los ámbitos público y privado, cuyos dominios pueden comunicarse, pero no confundirse. Es falso el argumento de que quien no esconde nada nada tiene que temer. Según Rosen, “la libertad es imposible en una sociedad que se niega a respetar el hecho de que actuamos distinto en privado que en público.”
La necesidad de controlar a distancia a la población, por desgracia, es parte del teatro político desde siempre: en la actualidad, las sociedades totalitarias pueden entronar rápidamente a personajes amenazantes e irresponsables (como Donald Trump) que no saben de respeto por la privacidad y la libertad, o en los linchamientos mediáticos que vivimos casi a diario en redes sociales a causa de comentarios o información fuera de contexto. Cuando la sociedad de la vigilancia se instaura, la transformación de lo público en privado, o como dice Kundera, “esta transformación de sujeto a objeto, se experimenta como vergüenza.”
Todas las fotografías, por Noell Oszvald